Este es Masaniello, un vendedor de pescado napolitano, analfabeto, que , en 1647,
producía una efímera pero violenta revuelta. Una historia, digna de una novela de aventuras, habla de lo inconstante de las masas populares.
En plena crisis del Imperio, el desgobierno y la presión fiscal (impuestos), provocó
un disturbio 7 de Julio de 1647 que se inció en el mercado y llegó hasta el mismo Palazzo Real. A se frente se encontraba Masaniello, que logró controlar a las masas y se convirtió en su verdadero líder de una revuelta ináudita que gritaba por las calles.
Plaza del mercado con la carmine al fondo.
Revuelta de Masaniello en Nápoles.
"Cápitan-general de la gente de Nápoles", Masaniello era apoyado por una población desesperada y armada, y logró eliminar los impuestos más duros, consiguió la
posibilidad de llevar armas e, incluso, llegó a implantar métodos imposibles para el
siglo XVII (como formas democráticas a la hora de elegir los gobernantes de la ciudad).
Sin embargo, su revolución apenas duró. El nuevo virrey quiso regalarle a una cadena de oro y una pensión. Recogió la primera pero renunció a la pensión, y algo raro debió ocurrir en el Palazzo (acaso fue envenenado), pues al salir de él , el pescador había perdido la cabeza.
La gente , ante sus discursos cada vez más extraños, le fue abandonando, y el 16 de Julio fue asesinado. La turba le persiguió en el mercado, y le siguió mientras él intentaba refugiarse en la crecana iglesia del Carmine.
Desde su púlpito intentó arengar por última vez, pero sus perseguidores le decapitaron y le llevaron la cabeza al virrey.
Pero la historia de una vez más la revuelta, y a los pocos días, viendo como las medidas de Masaniello iban derogándose, el pueblo se arrepintió de sus actos. desenterraron e intentaron unir como pudieron el cuerpo desmembrado de Masaniello y celebraron un gran entierro en la misma iglesia del Carmine.
Como cuenta esta placa, ni siquiera entonces se cuerpo descansó en paz, y más de un siglo después, en la revolución de 1799 contra los borbones, el nuevo poder ordenó trasladar y perder sus restos, pues podían ser un elemento aglutinado de los revolucionarios.
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